Mi Mamama, Marcela García Illanes, y yo, el día de mi Confirmación
Hace poco más de dos meses se murió mi Mamama.
Sucedió la tarde de un jueves de verano. El sol estaba tenue y mi teléfono sonó
con la llamada que desde hace semanas, meses, años me estaba preparando para
recibir. Corrí a verla pero no llegué a tiempo. La encontré echadita en su cama
aún con el cuerpo tibio. Dicen que se fue apagando lentamente, como una de esas
velitas misioneras que ella solía encender todos los días para pedirle a Dios
por sus hermanos, hijas, nietos y bisnietos, por toda su familia.
Hay varias cosas que heredé de mi abuela. Amar
a Alianza Lima es la que más le agradezco. También que me encante cocinar. Pero de lo que a ella se sentía más orgullosa, creo, es que de todas las hijas y
nietas que vivimos a su alrededor durante años, yo haya salido la más católica.
Cuando era pequeña, tenía unos cuatro o cinco
años, el asma era una de mis cruces más pesadas. Mientras mi papá me hacía escuchar huaynos
cantados por Arguedas para distraerme de mis ataques de tos, mientras mi mamá
se metía en mi cama y me acariciaba la cabeza para que me quedara dormida
sentada porque echada me ahogaba, mi Mamama me hacía concentrarme en los rezos
para que el malestar se fuera, en hablarle a mi Ángel Guardián, a la Virgen
María, al Niño Dios. Mamama me llevaba a sus pequeñas procesiones por el barrio,
me hacía prenderle velitas a la Virgen que cuidaba la casa, me regalaba
estampitas con pastorcitos de cara dulce que yo guardaba con cariño. Y así me hacía una nieta cómplice y felíz.
Mi inicio en la vida religiosa fue tardío. Recuerdo
perfectamente la temperatura del agua bendita cayendo sobre mi frente y
mojándome el vestido más bonito que me había puesto en mis emocionados seis
años de vida el día de mi bautizo. No sé cuánto tuvo que ver mi Mamama en mi inclusión
a la comunidad católica, pero la imagino rebosante de júbilo con la decisión. Mi primera comunión
fue cuando yo vivía en Cusco y ella no estuvo presente, pero seguro estuvo
contenta de saber que fui yo la que le pidió a mi mamá ingresar al grupito de
gente de mi colegio que había decidido prepararse para ese sacramento. Me mandó
por encomienda un keke de maracuyá hecho por ella para celebrar tamaño
acontecimiento.
Cuando regresamos a vivir a Lima ingresé a un
colegio que, si bien era laico, tenía un fuerte componente católico al que yo
me integré de manera muy cómoda. Hice mi ceremonia de Confirmación con ella
mirándome felíz desde alguna de las bancas de la iglesia. Luego de eso vino mi
militancia más fuerte. Unos años después me hice catequista de chicos y chicas que
se preparaban para la Confirmación también. Dedicaba, como mínimo, dos días
completos de mi semana a esa tarea. Me ennovié también en ese tiempo con un
chico con el que, a pesar de tener sexo premarital, iba a misa cada domingo. Mi
reciente vida universitaria se veía interrumpida entonces por mi compromiso
religioso. Me recuerdo abandonando reuniones de coordinación de protestas estudiantiles
por alzas de boletas y presidentes del perú que renuncian vía fax porque tenía que ir a
preparar alguna jornada o retiro creyente. Recuerdo también a mis compañeros
universitarios burlándose de mi cuando eso pasaba, agitando panderetas imaginarias
en sus manos.
Han pasado muchos años desde entonces y yo sigo
creyendo en Dios, pero a mi estilo, con todo y quejas. Sin embargo, hay algunas
creencias a las que me aferro profundamente. Como que mi Mamama ahora está en
un lugar que, no sé si será El Paraíso, pero es un lugar hermoso en el que ella
es feliz y ya no sufre: puede caminar de
nuevo, sin que le tiemblen las piernas y esa horrible escara en su espalda ha
desaparecido; teje inmensas colchas a mano, sin que se le cansen los ojos;
cocina sin receta, como antes, y saborea contenta todo lo que come, sin que le
duela tragar la comida; está con Roberto, Amador y Carmela, sus hermanos
queridos que partieron antes que ella y que extrañaba tanto; ha abrazado por
fin a Alonso Julián, mi hermano al que arrancaron de nuestros brazos hace 24 años, cuando iba a dar su primer sorbo de vida. Sé que mi Mamama no va a resucitar de entre
los muertos y subir a los cielos, pero no me importa. Porque hay cosas que en mi, gracias a su partida, sí han resucitado. Como esta costumbre. Como este blog.