lunes, 24 de junio de 2013

El cuerpo de Benita



Esta madrugada he llorado y enterrado a una gata que nunca llegué a ver con vida. Sólo llegué a escuchar sus maullidos por teléfono cuando hablaba con J, mientras él estaba con ella en un consultorio veterinario, intentando ver si se podía hacer algo por salvarle la vida.

Benita y J se habían conocido ayer en la tarde, de pura casualidad, cuando él salió a comprar a la bodega y se la encontró tirada en la calle sin poder moverse. Tenía la pata trasera izquierda fracturada y, según el diagnóstico final del veterinario que la revisó, era muy probable que también tuviera una fractura de columna. Intentar una recuperación hubiera sido muy largo, costo, doloroso y quizás, hasta inservible. Lo mejor para ella era acabar con su dolor, que debe haber sido tremendo porque ni comer quiso, y ponerla a dormir.

Estuve pendiente de toda la historia por teléfono porque ayer me tocó trabajar, así que finalmente cuando tarde en la noche J y yo nos vimos y me contó toda la historia cara a cara, concluyó intentando hacer un juego de palabras y me dijo "no sé que hacer con el cuerpo de Benito, lo tengo allá abajo en una caja". Fue ahí que decidí que se llamaría Benito el gatito al que casi no habíamos conocido pero del que nos tocaba despedirnos esa noche. Bueno, resulta que era Benita.

Después de pensar un rato en cuál era el mejor lugar para enterrarla, nos dimos cuenta que el único lugar seguro era el jardín de la casa de alguno de nosotros. Pensamos primero en algún parque bonito o quizás el malecón, pero ¿no se hubiera visto rarísimo que dos personas lleguen a un parque público a la media noche, con pico y pala, para enterrar algo?. Así que nos dimos el trote de regresar hasta el jardín de la casa de los padres de J, al ladito de donde J y Benita se habían conocido esa tarde, y pasada ya la media noche, la enterramos. Ayudé a hacer el hueco en la tierra pero no me atreví a sacarla de la cajita donde la habíamos traído. Me quedé parada a unos metros del hueco y ví como J la depositaba ahí con amor, le hablaba y le hacía sus últimas caricias. Pude ver su hermoso pelambre y me la quise imaginar dormida, mientras la lloraba desde lejos. Sarita, la gata de J, nos observó también desde lejos y en silencio.

En el camino de regreso, me acordaba que J me había contado que cuando estaba en el veterinario poniendo a dormir a Benita, compartía con el doctor que hacía un par de semanas había soñado que Dante, mi gato, se caía de la ventana de mi casa. "¿Y qué te dijo el doctor cuándo le contaste?", le pregunté curiosa. "Que era una coincidencia, ¿qué más me va a decir él?, es un hombre de ciencia, pues Illa..."

Bueno, como yo no soy una "mujer de ciencia" sí creo que el sueño de J tuvo algo de premonitorio. Y que, si bien no conocimos mucho tiempo a Benita, no fue una coincidencia que J la encontrara, la ayudara y al final lográramos darle un poco de amor antes de despedirnos de ella. Gracias J por ser como eres. Muchas gracias.

miércoles, 10 de abril de 2013

Confesiones de nieta


Mi Mamama, Marcela García Illanes, y yo, el día de mi Confirmación


Hace poco más de dos meses se murió mi Mamama. Sucedió la tarde de un jueves de verano. El sol estaba tenue y mi teléfono sonó con la llamada que desde hace semanas, meses, años me estaba preparando para recibir. Corrí a verla pero no llegué a tiempo. La encontré echadita en su cama aún con el cuerpo tibio. Dicen que se fue apagando lentamente, como una de esas velitas misioneras que ella solía encender todos los días para pedirle a Dios por sus hermanos, hijas, nietos y bisnietos, por toda su familia.

Hay varias cosas que heredé de mi abuela. Amar a Alianza Lima es la que más le agradezco. También que me encante cocinar. Pero de lo que a ella se sentía más orgullosa, creo, es que de todas las hijas y nietas que vivimos a su alrededor durante años, yo haya salido la más católica.

Cuando era pequeña, tenía unos cuatro o cinco años, el asma era una de mis cruces más pesadas.  Mientras mi papá me hacía escuchar huaynos cantados por Arguedas para distraerme de mis ataques de tos, mientras mi mamá se metía en mi cama y me acariciaba la cabeza para que me quedara dormida sentada porque echada me ahogaba, mi Mamama me hacía concentrarme en los rezos para que el malestar se fuera, en hablarle a mi Ángel Guardián, a la Virgen María, al Niño Dios. Mamama me llevaba a sus pequeñas procesiones por el barrio, me hacía prenderle velitas a la Virgen que cuidaba la casa, me regalaba estampitas con pastorcitos de cara dulce que yo guardaba con cariño. Y así me hacía una nieta cómplice y felíz.

Mi inicio en la vida religiosa fue tardío. Recuerdo perfectamente la temperatura del agua bendita cayendo sobre mi frente y mojándome el vestido más bonito que me había puesto en mis emocionados seis años de vida el día de mi bautizo. No sé cuánto tuvo que ver mi Mamama en mi inclusión a la comunidad católica, pero la imagino rebosante de júbilo con la decisión. Mi primera comunión fue cuando yo vivía en Cusco y ella no estuvo presente, pero seguro estuvo contenta de saber que fui yo la que le pidió a mi mamá ingresar al grupito de gente de mi colegio que había decidido prepararse para ese sacramento. Me mandó por encomienda un keke de maracuyá hecho por ella para celebrar tamaño acontecimiento.

Cuando regresamos a vivir a Lima ingresé a un colegio que, si bien era laico, tenía un fuerte componente católico al que yo me integré de manera muy cómoda. Hice mi ceremonia de Confirmación con ella mirándome felíz desde alguna de las bancas de la iglesia. Luego de eso vino mi militancia más fuerte. Unos años después me hice catequista de chicos y chicas que se preparaban para la Confirmación también. Dedicaba, como mínimo, dos días completos de mi semana a esa tarea. Me ennovié también en ese tiempo con un chico con el que, a pesar de tener sexo premarital, iba a misa cada domingo. Mi reciente vida universitaria se veía interrumpida entonces por mi compromiso religioso. Me recuerdo abandonando reuniones de coordinación de protestas estudiantiles por alzas de boletas y presidentes del perú que renuncian vía fax porque tenía que ir a preparar alguna jornada o retiro creyente. Recuerdo también a mis compañeros universitarios burlándose de mi cuando eso pasaba, agitando panderetas imaginarias en sus manos.

Han pasado muchos años desde entonces y yo sigo creyendo en Dios, pero a mi estilo, con todo y quejas. Sin embargo, hay algunas creencias a las que me aferro profundamente. Como que mi Mamama ahora está en un lugar que, no sé si será El Paraíso, pero es un lugar hermoso en el que ella es feliz y ya no sufre:  puede caminar de nuevo, sin que le tiemblen las piernas y esa horrible escara en su espalda ha desaparecido; teje inmensas colchas a mano, sin que se le cansen los ojos; cocina sin receta, como antes, y saborea contenta todo lo que come, sin que le duela tragar la comida; está con Roberto, Amador y Carmela, sus hermanos queridos que partieron antes que ella y que extrañaba tanto; ha abrazado por fin a Alonso Julián, mi hermano al que arrancaron de nuestros brazos hace 24 años, cuando iba a dar su primer sorbo de vida.  Sé que mi Mamama no va a resucitar de entre los muertos y subir a los cielos, pero no me importa. Porque hay cosas que en mi, gracias a su partida, sí han resucitado. Como esta costumbre. Como este blog.