sábado, 25 de agosto de 2007

Nuevo juguete


Me tardé mucho tiempo en tener celular. Al principio, decía públicamente que era mi manera de protestar contra el sistema. No quería sentirme ubicable para nadie. Pero finalmente, hace dos años, para mi cumpleaños, me regalaron uno. Y ya pues, caí en el vicio totalmente.

Tuve ese teléfono por casi 5 meses hasta que lo perdí por distraída. Para ese momento ya estaba totalmente familiarizada con él. Los mensajes de texto se habían vuelto mi adicción. No me demoré más de un par de días en recuperar el número y volver a tener un celular. Era igualito al anterior, sólo se podía llamar y mandar mensajes. Bueno, y también jugar Snake. Nada más. Los celulares con cámara de fotos, radio y todas esas modernidades no me interesan.

Unos meses después, a mediados del 2006, decidí cambiar de número. Un chico poco respetuoso y algo compulsivo, no dejaba de llamarme a pesar de las claras muestras que le había dado para que no lo siga haciendo. Con nuevo aparato y número en la mano, y ya sin acosadores, mi adicción se fue perfeccionando. Mi situación laboral era mejor, así que el nuevo celular vino también con una cantidad de plata al mes para gastar en los destinos que a mí se me antojaran. Felicidad pura.

Pero en febrero de este año, en plena celebración del año nuevo chino, se llevaron el celular de mis manos. Esta vez si fue un robo. Con premeditación, alevosía y ventaja. Sí pues, probablemente un domingo de carnavales en la Av. Abancay, a las 4 y media de la tarde, no era el mejor sitio para estar mandando un mensaje de texto. Pero en ese tiempo andaba en la compulsión de mensajes con Toni Cuántico (mi amigo de las nuevas tecnologías). Por suerte, la buena Lali me prestó un equipo que tenía de sobra y recuperar mi número fue mucho más barato y fácil. Lo que más pena me dio fue perder todos los mensajes de texto que tenía acumulados.

Esta semana llegó Danny de Alemania –novio de Lali, dueño del celular prestado–, así que no me quedó más que comprarme un nuevo aparato para poder devolverle el suyo. Debido al tiempo que ya llevo usando el plan tarifario que tengo, el nuevo celular me ha costado un sol. Sí, un sol. Este sigue siendo sólo un teléfono (es decir, no toma fotos, no filma videos, no se puede escuchar radio, ni bajar música, ni nada de esas cosas), pero ahora tiene pantallita a colores. Sólo tenía que poner mi chip dentro de él y listo. Pero cuando lo prendí y empecé a jugar con algunas de sus nuevas funciones, me di con la sorpresa de que en el chip sólo se guarda la información de contactos y que ningún mensaje de texto queda grabado. Nada. Bandeja de Entrada vacía. Bandeja de Elementos enviados vacía. Borradores, vacío. Todo vacío.

Voy a extrañar releer los mensajes guardados con cariño. Le había puesto mucho empeño a la selección, porque sólo podía almacenar hasta 60. Habían saludos de cumpleaños, cariño hecho texto de los que están lejos, mensajes de amor y desamor, pedidos desesperados de madrugada, hasta chistes por capítulos. Incluso, también estaban guardados esos mensajes misios que llegan a horas inapropiadas y que no respondes, pero te hacen cantar victoria. Todo eso había. Aun no descubro cuál es la capacidad de la Bandeja de Entrada en este nuevo celular. Vamos a ver con qué se llena.

miércoles, 22 de agosto de 2007

Las sorpresas del invierno


Hoy he vuelto a usar mi agenda después de 2 meses y medio. Y lo he hecho con entusiasmo. Los últimos 10 años de mi vida, en cada navidad, he recibido una agenda de regalo de manos de mi padre. Se ha vuelto una de nuestras tradiciones. Empezar a usar una agenda nueva siempre me gusta, me da la sensación de tener mucho tiempo para realizar mis planes, muchas hojas en las que escribir, hasta entusiasmo por organizarme. Sin embargo, han sido muy pocas las veces en las que he usado una de principio a fin, los 365 días del año.

Pensé que mi organización de este año había llegado sólo hasta el mes de Junio. Pero siempre aparecen personas que hacen que tus planes cambien. Mis no planes, en este caso. Conocí a Fernando Cruz hace menos de dos semanas, el sábado 11 de agosto, en la casa de nuestro ahora amigo en común Javier Becerra, vecino surcano y salsero lindo. Javier celebraba sus 25 años y Tatiana lo acompañaba celebrando sus 26.

El sábado siguiente, tres días después de que la tierra tembló, Becerrita me pidió que lo acompañara a la casa de su pata Fernando. Estaban juntando algunos víveres, comida y medicinas para enviar al pueblo de El Carmen, Chincha. En el caminó me contó que tenían una especial conexión con La Familia Ballumbrosio (casi un patrimonio cultural vivo de la cultura afroperuana), a la que conocían y querían de cerca. Llegamos a casa de Fernando llevando las cosas que se habían recolectado en la casa de Javier. Las últimas noticias que se tenían ese día sobre la situación en la zona del desastre habían alterado los planes que tenían los chicos para el reparto de la ayuda. La noche transcurrió entre conversaciones telefónicas y discusiones a cerca de cómo se podía ayudar de la mejor manera posible. Esta vez no sólo hablé harto con Fernando, sino que también conocí a Melissa, su dulce cómplice en la existencia de Camilita (quién, debido a la hora, ya dormía).

Al día siguiente, ya sin Javier, regresé a la casa de Fernando y Melissa llevando las cosas que habíamos podido juntar acá en la casa. Mi mamá se afanó con las galletas integrales. Coincidí con el buen Ricky y Miriam llegando a visitarlos también. Nos quedamos buen rato conversando. Comimos torta. Hablamos de Lost. Camilita fue una delicia. Se notaba que los cuatro ya tenían toda una dinámica juntos, pero me acoplaron con la mayor naturalidad y mejor onda. Cuando ya nos íbamos, Fernando me abordó rápida y concretamente (el día anterior habíamos hablado un poco de nuestras chambas, de lo que nos gustaba hacer, de los proyectos que teníamos, pero nunca taanto…): me contó que junto a otros amigos ha formando una banda, Son((o))nuna, me entregó un CD y me dijo que los escuchara, porque estaba interesado en proponerme que hiciera el manchment. Realmente, era una propuesta que no me esperaba. Le recibí el CD, intercambiamos teléfonos, y me fui con la promesa verbal de que me llamaría para conversar.

Hoy es miércoles y Fernando se ha ido hace algunas horas de mi casa. Entre el domingo en la noche y hoy en la mañana he escuchado el disco como 10 veces. Y me ha gustado mucho. Y me he imaginado muchas cosas. Hemos hablado largo y tendido y hemos coincidido, entre muchas otras cosas, en que lo que nos ha animado a tomarnos en serio esta propuesta (inesperada y, sobretodo, no basada sobre ningún conocimiento profesional mutuo) ha sido la buena onda que ambos hemos sentido al conocernos.

El domingo pasado, en medio de la magia de una sopa poc paw de un mediodía de invierno, Milagros Quintana, mi otra mamita, me recordaba la importancia de nuestros instintos. Y me decía cómo a veces dejarse llevar por ellos era lo más sabio que se podía hacer. Hoy he decidido que lo intento de nuevo. Vamos a ver a dónde me llevan esta vez.

viernes, 17 de agosto de 2007

Mis amigos los artistas

Hace algunas semanas, mi mamá me despertó bastante temprano para leerme un párrafo de su libro de cabecera por excelencia de estos últimos años, The Artist Way. Para ser totalmente sinceros, a mi el librito no me parece más que otro libro de autoayuda de los miles que han inundado el mercado editorial en los últimos años, pero mi mamá insiste en convencerme sobre su validez como guía metodológica para trabajar sobre (o con) el proceso creativo de uno mismo, de la gente. En fin.

Bueno, el punto es que estaba emocionada porque ME había encontrado en su libro. Según ella, yo era un shadow artist (creo que la traducción correcta sería “artista en la sombra”). El libro describía a este tipo de personas como artistas que no sabían que lo eran o que, en todo caso, aún no habían descubierto que lo eran. Decía también que solían rodearse de artistas todo el tiempo, los hacían parte de su círculo de amigos (creo que hasta mencionaba la posibilidad de matriomonio, por Dios!) y que usualmente solían convertirse en managers o productores de artistas, rasgo claro de sus ganas de proyectar su deseo de creación. Esa eres tu Illari, esa eres tu!, chillaba mi mamá contenta por su descubrimiento, a muy temprana hora para mi gusto. Me reí, le sonreí, me di una vuelta sobre mi almohada y traté de volver a mi sueño. Pero fue imposible.

La idea ha quedado dando vueltas en mi cabeza hasta estos días, así que hoy he decido hablar de mis amigos los artistas.

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Lorena y Cuídate de la AUTO-destrucción



A inicios de este año fui invitada por Lorena Peña, pujante actriz y próxima cantante, al Laboratorio Experimental con el que quería empezar el trabajo de su Proyecto Final, “Cuídate de la AUTO-destrucción”. Desde que me comentó la temática sobre la que trataría, sabía que se vendría una chamba fuerte, por lo intensa emocionalmente que sería. Lorena está trabajando sobre el accidente automovilístico que sufrió hace algunos años y que nos dejó muy conmocionados a todos. Luego de un largo proceso de recuperación, que implicó varias operaciones y una rehabilitación que significó volver a aprender a caminar, creo que Lorena no es capaz de imaginarse su vida como artista sin dejar de hablar de esa etapa de su vida.

Era la única no escénica/no bailarina a la que Lorena había convocado y al principio pensé que era para que la apoye en la chamba de producción. Recuerdo que llegué tarde a la primera reunión en el Galpón (Estudio/taller de varios buenos amigos en el inolvidable Pueblo Libre). Ese día había logrado que por fin Toni me pagará una apuesta que me debía hace tiempo, así que no sólo llegaba tarde sino con la panza llena y encima, vestida no apropiadamente: unos jeans y unas chancletas (era verano todavía) revelaban mi usual trapera desfachatez. Luego de un rato de conversa sobre nuestras expectativas con el taller y otras cosas más, Lorena nos miró a los ojos y dijo: “bueno empecemos a trabajar”. Todos se sacaron los zapatos y yo, para no sentirme desubicada, los seguí. Quince minutos más tarde, con el jean remangado y ya sin chancletas, me vi corriendo y saltando por todo el Galpón, haciendo ejercicios de presencia, equilibrio y movimiento. Y divirtiéndome a más no poder.

No asistí tanto al Laboratorio como me hubiera gustado. Luego, dejé de ir. Las clases, las chambas y también los desganos, hicieron que poco a poco fuera desapareciendo, sin siquiera una explicación a Lorena de por medio. Meses después de mi abandono, una noche de juerga y chelas como esas que tenemos a veces, me senté a conversar con Lorena y le pedí disculpas por mi inconstancia. Lo me soltó una de sus enormes sonrisas como única respuesta, y dimos por concluido el asunto.

Pero la semana pasada nos vimos de nuevo, para disfrutar de placeres más mundanos, y Lo volvió a sorprenderme con una propuesta. Me pidió que la ayudara en la perfo que montará este sábado, junto a otras performeras más (Sara Paredes, Diana Collazos, Tatiana Fuentes, Liliana Albornoz y Amapola Prada), para la gente del Instituto Hemisférico de la NYU, que como todos los años, ha venido a recibir un taller de un mes con el Grupo Cultural Yuyachkani (qué maestros!). Si bien el Proyecto de Lorena todavía está en su etapa de creación, esta experiencia le servirá para confrontar con el público parte del material avanzado. Y, según lo poco que me ha explicado, esta vez tendrá a cuatro enfermeros/ayudantes en escena. Ahora quiero que actúes, sentenció. Y, por supuesto, no dudé en decirle que sí.

El otro Jorge



Anteayer, día de temblores, acompañé por segunda vez a mi buen amigo Jorge Ochoa en sus incursiones callejeras. Jorge, vecino surcano, pero también fotógrafo profesional, se encuentra trabajando una serie de retratos bastante peculiar, que giran en torno a la otredad. Me lanzaría con todo el rollo teórico sobre sus fotos, pero creo que va a ser demasiado adelanto. Mejor esperen a verla cuando esté terminada. Pero bueno, el punto es que anteayer lo acompañé de nuevo. Esta vez el equipo de asistentes-ayudantes-técnicos-amigos era más grande. Éramos cuatro en total y caminábamos llamativa y aparatosamente: trípode, cámara de video, cámara de fotos y demás enseres, nos hacían un punto fácil de visión entre la gente.

Nos demoramos alrededor de cuatro horas en tomar seis fotos y en grabar tres videos. Para no llamar tanto la atención, decidí sentarme en un café mientras se grababa el primer video. El Pastipan de El Trigal me ofrecía una deliciosa variedad de postres con los que entretener mi tiempo (20 puntos con la torta de chocolate y la empanada de lomo), y además, un espacio adecuado en el que colocar todos los materiales que en ese momento no se estaban utilizando, así que hacia ahí me dirigí.

Para el segundo video nos fuimos hacia el Óvalo Higuereta, donde busqué un nuevo lugar para pasar desapercibida, y me fui a ver ropa (Talía, ya desapareció la tienda de polos lindos y baratos… y ahora que haremos?!). Sin embargo, esta vez volví rápidamente –no tenía plata, y la verdad, es que la ropa no estaba muy bonita–, y me coloqué junto con los demás. Jorge me había estado escrutando con los ojos y luego se acercó a comentarme que me sentía aburrida, y la verdad, su comentario me descuadró un poco. Más equivocado no podía estar. No hay nada más reconfortante que saberte entre gente que te quiere bien y que está dispuesta a ayudarte en tus proyectos personales. Y no hay nada más energizante que sentirte parte de eso. Así que aquí me tienes, esperando ansiosa la siguiente convocatoria.

Tatiana y Mejorándola raza



Mi historia con Tatiana, la perfomera radical por excelencia, es un poco más antigua. Trabajamos juntas en junio del año 2006. Ella estaba llevando Proyecto y necesitaba apoyo en la producción. Cuando recién me habló de sus ideas, todavía estaban en proceso. Ella misma no sabía bien qué dirección iba a tomar todo. Pero Tati tiene su propio vuelo. Y así, con todo su punche, fue que salió mejorandola raza y cuatro lindas funciones en la casa TUPAC.

La temporada de espectáculo es la que más me emociona. Los nervios de la gente, sus cuestionamientos constantes, su exigencia personal para que las cosas salgan bien hechas. Pero también me alimenta su energía. Es riquísimo. Siempre sentí que haciendo producción podía (hasta tenía el derecho un poquito) adueñarme de los trabajos de los demás y sentirlos en parte míos. Lo mejor de esa chamba fueron los lindos amigos que se hicieron y la maravillosa relación que tengo con Tatiana ahora.

Meses después nos ofrecieron llevar el espectáculo a la Casa Yuyachkani y ahí también tuvimos una experiencia reconfortante. Tanto, que ahora mi linda Tat, se está yendo dos meses de viaje a España y tendrá la oportunidad de presentar su trabajo allá. Y yo siento que me iré un poquito con ella.

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¿Qué hubiera sido de mi vida estos 24 meses sin mis amigos invitándome a ser parte de sus proyectos, de sus vidas? La verdad es que no lo sé. Pero hay algo de lo que sí estoy segura. Durante este tiempo, he tenido el placer de conocerme a mi misma de manera distinta: más entregada, más vulnerable, más mandada, más feliz. Y todos ustedes son los culpables. Sí pues, así me quieren mis amigos artistas. Y así yo los quiero a ellos.

No puedo faltar a la verdad y debo reconocer que tendría que mencionar a varios amigos más en este pequeño sumario. Pero como sé que esto continuará por mucho tiempo, ya habrá momento de hablar de cada historia, de cada proyecto, de cada celebración. Y de todo lo vivido en medio. Así que, adelante, a seguir viviendo.

sábado, 11 de agosto de 2007

Tirando cintura


Siempre es difícil empezar a hacer, sobre todo cuando tu empresa es arriesgada y costosa: te arriesgas porque te expones y te cuesta porque es complicado ordenarte, dedicarte y sacar lo de adentro. Pero este hacer ahora se ha tornado decisivo, casi, casi, en una necesidad.

Este ha sido un año complicado. Los que me conocen y me quieren bien, dirán que hace tiempo ando con el mismo cuento, que hace dos años que estoy así, que lo que tengo es puro desgano y flojera de enfrentarme a la vida, y probablemente (también) estarían en lo cierto. pero a veces –sólo a veces– esta explicación puede quedarse en lo simple y no dejarte ir más allá. Y no permitirte, por ejemplo, descubrir que lo que le falta a tu vida es encontrar algo que te apasione, algo que te haga feliz.

Más allá de todo, la situación ahora es clarísima: tengo 25 años, vivo aún en la casa de mi madre, ya no voy al estadio todos los fines de semana (cosa que solía alegrarme bastante), no tengo trabajo y los ahorros se van diluyendo, no tengo novio y, la cereza del helado, no podré aún terminar la universidad. Perfecta coronación para dos años de mierda (Acotación: ver la situación así, escrita y descrita, ya no provoca tantos escalofríos como tenerla dando vueltas en la cabeza. Es que la palabra hablada -o escrita, da igual-, desde su composición, ya está ahí, afuera tuyo. Y por lo tanto, se convierte en real. Así que sólo toca asumirla. Y empezar a enfrentarla, lo más alegre y elegantemente posible).

Son pocos los que conocen el detalle de cómo he llegado aquí. Ya tendré tiempo para sentarme y contarles qué es lo que me ha pasado. Por el momento, sólo puedo decir que me es muy difícil describir esta sensación. Yo suelo tener problemas con eso. Con la descripción de las sensaciones. A veces me siento ‘puaj’ (Roberto, después de muchas lunas, ya entendió que significa eso), otras veces estoy ‘ahí’, y otras sólo ‘estoy’. Hace meses, para el curso de Periodismo Deportivo, con el adorable Renato Cisneros, el famosísimo busconovia, tuve como tarea constante la lectura de diarios deportivos. Y encontré que una frase se repetía en varias notas y logró llamar mi atención: tirando cintura. Buscando el significado de esa frase en Google, encontré una página que decía: “En el Perú se usa cuando nos referimos a que algo quedó inconcluso, sin terminar".

Sin embargo, yo sólo podía imaginarme como un jugador de fútbol: me veía sudando sobre el lateral derecho, tratando de detener a Messi luego de una de esas corridas diagonales con las que sube al área rival. Y finalmente me veía caída en el suelo, luego de que “La Pulga” me engañara, y terminara cambiando de pie para ejecutar un estupendo y efectivo remate. Golazo. Si pues, siento que la vida, así como Messi, me ha dejado tirando cintura. Lo único que me queda es enfrentar la situación: pararme del suelo, limpiarme el uniforme, ver a Messi reir festejando el haber anotado, levantar la cabeza y prepararme para la próxima jugada. Para quitarle la pelota la próxima vez que se acerque. Llevarla hasta la cancha contraria. Y si puedo, meter un gol.

El Poeta me decía hace unos meses que andaba buscando comienzos. Eso me hizo pensar en que lo que yo buscaba eran finales. Me fui a visitar a la Virgen del Carmen, en Paucartambo hace casi un mes y encontré mi final (pero es una historia que merece otro momento). Y este, ahora, es mi comienzo.