
Hace varias lunas, bastante tiempo antes de que decidiera abrir este blog, me animé a mostrarle al Poeta algunas de las cosas que había escrito. Tenía –en realidad, todavía tengo– archivadas en la computadora cosas que en su momento me gustaron mucho o me parecieron lo suficientemente significativas como para guardarlas. Pequeños ensayos, crónicas personales, uno que otro poema, todos ellos escritos sin ninguna pretensión literaria, como me gusta decir.
Animada por sus comentarios (positivos, y espero que sinceros… sino, igual me la creí todita), el Poeta se convirtió en el primero de una pequeña pero selecta lista de gente con la que empecé a compartir estos escritos. Sentarme a su lado mientras escrutaban la pantalla del word, atentos, o ver cómo se completaba la transferencia en el mesenyer luego de enviado un archivo, han sido momentos en los que me he sentido realmente vulnerable: de pronto, animada por una fuerza mayor a mí, me encontraba compartiendo con otros una parte de mi vida que nunca había compartido con nadie. Pero me liberé (y riquísimo, como bailando con El Gran Combo).
La idea de este blog tuvo bastante de su origen en las conversaciones posteriores que sostuve con estas personas luego de la revelación (asu, sonó bastante celestial). Escribir había logrado hacerme sentir bien muchas veces. Pero escuchar lo que los otros podían decir –sea lo que fuere– luego de leerme, me resultaba más reconfortante todavía.
Desde que mi vida como blogonauta empezó, cada vez que entraba a colgar algo nuevo o a hacer alguna modificación, me descubría expectante frente a la posibilidad de encontrar algún comentario. Pero las semanas iban pasando, las entradas iban creciendo, y todavía no se aparecía ninguno. Si la idea de hacer públicas las cosas que escribo era para alimentarme con los comentarios de la gente que me leía, me estaba muriendo de hambre. Algo no estaba funcionando.
Es verdad que había tenido feedback de otra manera (una amiga hizo un comentario en voz alta en medio de un almuerzo dominical de reencuentro universitario que me hizo sentirme muy halagada; otra me confesó que así como yo le ponía especial empeño a la selección de mensajes que guardaba en mi celular, ella hacía lo mismo con sus conversaciones por mesenyer; y finalmente un amigo me envío por mail una foto para que también pudiera escribir algo sobre el), pero también tenía ganas de los otros comentarios.
Anteayer almorzaba en casa de Emiliano Baca Stupida. Le contaba que había pasado más de un mes y nadie me había hecho ningún comentario, y que en vez de darle más vueltas al asunto, había decidido escribir sobre él. El título de esta entrada iba a ser “1 mes, 0 comentarios”, pero hace unos minutos, mientras escribía esto, Vic acaba de inaugurar esa cuenta. Así que ahora ese título está demás. O quizás todas estas palabras. Que más da.